En esta obra el autor
Arthur Conan Doyle nos muestra un Holmes observador, dedicado a la
ciencia y a la búsqueda de hallazgos que puedan revolucionar la medicina legal.
En un laboratorio de química donde trabaja, hace su aparición por primera vez
el que luego será el famoso Sherlock Holmes; lo hace con un tubo de ensayo en
la mano, prueba tangible de lo que ha descubierto: un reactivo que es
precipitado sólo por la hemoglobina y que permitiría descubrir manchas de
sangre en causas criminales. La investigación científica y la medicina forense
son las disciplinas con las que el autor elige introducir a Holmes, dos ramas
de un saber que, en conjunto, fundarán un tipo de personaje único.
El narrador cuenta que
Sherlock Holmes había publicado un artículo en una revista, el cual intentaba
poner en evidencia lo mucho que un hombre observador podía aprender mediante un
examen justo y sistemático de todo cuanto lo rodeaba. Para Watson, la ciencia
de la deducción de la que versaba el texto, no era "práctica" sino
más bien teórica, basada en las hipótesis de un hombre en la soledad de su
estudio. A través de este texto y de su contenido, Watson se entera de que
Sherlock Holmes es un "detective-consultor" que orienta a menudo las
pesquisas policiales, a pedido de los oficiales de Scotland Yard, Gregson y
Lestrade.
Holmes afirma que la
clave de su sistema reside en su capacidad de razonar hacia atrás, es decir
analíticamente. Este aspecto nos da el sustento para decir que el método de
investigación detectado en esta obra es en base a su función: Aplicada. En base
a su profundidad: Descriptiva. Por la naturaleza de los datos y la
información: Cualitativa. Por los medios para obtener los datos: De campo. Por
la mayor o menor manipulación de variables: No experimental. Según el tipo de
inferencia: Método Analítico.
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